La autoestima es la forma en que nos percibimos y valoramos a nosotros mismos. Aunque no siempre se vea a simple vista, influye en cada aspecto de nuestra vida: nuestras decisiones, relaciones, metas y cómo enfrentamos los retos.

Tener una autoestima sana no significa creerse mejor que los demás, sino reconocerse con virtudes y también con limitaciones, sin juzgarse duramente. Implica hablarse con respeto, poner límites, cuidar el cuerpo y defender lo que uno siente y necesita.

Muchas veces, la baja autoestima se construye desde la infancia, con mensajes negativos, comparaciones o experiencias dolorosas. Pero lo positivo es que se puede trabajar y fortalecer con acompañamiento terapéutico.

La psicología ofrece herramientas para identificar pensamientos automáticos negativos, reemplazarlos por otros más realistas y construir una narrativa interna más amorosa. También se trabajan habilidades sociales, autocompasión y autoeficacia.

Al fortalecer la autoestima, mejoran nuestras relaciones. Dejas de conformarte con vínculos tóxicos, aprendes a comunicarte con mayor seguridad y a priorizar tu bienestar emocional.

Además, una buena autoestima favorece la resiliencia. Nos permite enfrentar fracasos sin hundirnos, aprender de los errores y seguir adelante con esperanza.

Cuidar de la autoestima es un acto diario. No se trata de llegar a la perfección, sino de caminar con amor propio, paso a paso. La terapia puede ser tu aliada para reconstruirte desde adentro y florecer con autenticidad.

Recuerda: mereces sentirte bien contigo mismo/a. Estás a tiempo de empezar.